Cuando el mundo avanza demasiado rápido.
En algunos casos cuentan con hijos o familiares que les ayudan a realizar estos trámites, pero en muchas otras ocasiones sienten vergüenza y no se atreven a pedir ayuda, porque ven a sus hijos estresados, sin paciencia, siempre con prisa.
Un alumno me contaba ayer su experiencia personal. Llegó a Alemania con 19 años y trabajó allí hasta su jubilación. Tras jubilarse decidió volver a España y ahora vive en Marbella. Disfruta del sol y la playa, pero la tecnología le amarga un poco la vida, porque se siente algo fuera del sistema.
Hace poco tuvo que hacer un trámite en España y se encontró con un muro: la persona del mostrador se negó a atenderle personalmente y le remitía continuamente al portal online. Cuando explicó que no tenía ordenador ni conocimientos informáticos, le sugirieron que buscara ayuda de un hijo, un familiar o un vecino. Se sintió incómodo y desvalido, y no pudo evitar compararlo con Alemania, donde, aunque el sistema a veces parezca cuadriculado, él se sentía valorado y acompañado.
Recuerda que en Alemania recibió una carta informándole de que podía gestionar su jubilación a través de Internet. Preocupado, llamó al teléfono de contacto y fue atendido por una señora muy amable, que le aseguró que podía continuar haciendo sus trámites como siempre, sin necesidad de usar un ordenador ni conocimientos técnicos. Ese gesto le hizo sentirse respetado y comprendido, algo que en España no había experimentado.
Su conclusión era clara: en Alemania no se siente discriminado, mientras que en España, su propio país, sí. Y esa diferencia le duele.
Ellos también merecen seguir formando parte de este mundo digital, con dignidad, paciencia y acompañamiento. Porque el progreso no debería medirse solo por la velocidad con la que avanzamos, sino por la humanidad con la que incluimos a quienes caminan más despacio.
Espero que este post llegue al corazón de quien lo lea, y que la próxima vez que una persona mayor nos pida ayuda con el móvil o con un trámite informático la miremos con otros ojos, con paciencia y con empatía. Que no lo veamos como una pérdida de tiempo, sino como una oportunidad para devolverles un poco de todo lo que ellos nos han dado.
Ojalá los sistemas públicos también tomen conciencia y habiliten, aunque sea un día a la semana, para atenderles presencialmente, con calma y respeto. Porque el progreso no debería dejar fuera a quienes un día fueron los que más nos enseñaron.
En memoria de mis abuelos que ya no están.
Un abrazo,
Cris.
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