Cuando el mundo avanza demasiado rápido.

Este año estoy trabajando con personas mayores, y juntos estamos aprendiendo a aceptar y convivir con la tecnología.

Me he dado cuenta de que, para muchas de ellas —muchas más de las que imaginamos— la era digital ha llegado de golpe, sin previo aviso.

Trámites que antes se hacían en persona, con alguien al otro lado del mostrador, ahora solo pueden realizarse de forma online. Y no son pocas las personas mayores que me han expresado que se sienten discriminadas, como si el mundo hubiera avanzado sin esperarlas.

Esto me ha hecho pensar… ¿realmente se las está dejando atrás sin querer, por no haber pensado en sus dificultades? ¿O se está haciendo de forma intencionada, como una manera de empujarles a adaptarse?

Sea como sea, lo cierto es que muchas de ellas no saben —ni pueden— seguir el ritmo tan acelerado de los cambios tecnológicos. Y creo que como sociedad tenemos la responsabilidad de acompañarlas, no de excluirlas.

En algunos casos cuentan con hijos o familiares que les ayudan a realizar estos trámites, pero en muchas otras ocasiones sienten vergüenza y no se atreven a pedir ayuda, porque ven a sus hijos estresados, sin paciencia, siempre con prisa.

Muchas de las personas mayores con las que trabajo acuden buscando avanzar, no quedarse atrás

No quieren sentir que el mundo les ha dado la espalda, ni depender constantemente de otros para resolver gestiones básicas. Me transmiten que lo que más les duele no es tanto la dificultad técnica, sino la sensación de perder autonomía, autosuficiencia y dignidad.

Desean poder hacer sus trámites, enviar un mensaje o manejar un dispositivo por sí mismos, no solo por comodidad, sino porque eso les hace sentir válidos, capaces y parte activa de la sociedad. En el fondo, lo que buscan no es solo aprender a usar la tecnología, sino mantener su independencia y su autoestima en una época que se mueve demasiado rápido.

Un alumno me contaba ayer su experiencia personal. Llegó a Alemania con 19 años y trabajó allí hasta su jubilación. Tras jubilarse decidió volver a España y ahora vive en Marbella. Disfruta del sol y la playa, pero la tecnología le amarga un poco la vida, porque se siente algo fuera del sistema.

Hace poco tuvo que hacer un trámite en España y se encontró con un muro: la persona del mostrador se negó a atenderle personalmente y le remitía continuamente al portal online. Cuando explicó que no tenía ordenador ni conocimientos informáticos, le sugirieron que buscara ayuda de un hijo, un familiar o un vecino. Se sintió incómodo y desvalido, y no pudo evitar compararlo con Alemania, donde, aunque el sistema a veces parezca cuadriculado, él se sentía valorado y acompañado.

Recuerda que en Alemania recibió una carta informándole de que podía gestionar su jubilación a través de Internet. Preocupado, llamó al teléfono de contacto y fue atendido por una señora muy amable, que le aseguró que podía continuar haciendo sus trámites como siempre, sin necesidad de usar un ordenador ni conocimientos técnicos. Ese gesto le hizo sentirse respetado y comprendido, algo que en España no había experimentado.

Su conclusión era clara: en Alemania no se siente discriminado, mientras que en España, su propio país, sí. Y esa diferencia le duele.

Quizá el mundo avance demasiado rápido, pero es necesario no dejar a nadie atrás. A veces, cuando pensamos en discriminación, nos vienen a la mente las personas más pobres o quienes llegan de otros países buscando una vida mejor.
Pero rara vez pensamos en nuestros mayores, en nuestros propios abuelos y abuelas, que un día lo dieron todo y hoy se sienten fuera de un sistema que ellos mismos ayudaron a construir.

Ellos también merecen seguir formando parte de este mundo digital, con dignidad, paciencia y acompañamiento. Porque el progreso no debería medirse solo por la velocidad con la que avanzamos, sino por la humanidad con la que incluimos a quienes caminan más despacio.

Espero que este post llegue al corazón de quien lo lea, y que la próxima vez que una persona mayor nos pida ayuda con el móvil o con un trámite informático la miremos con otros ojos, con paciencia y con empatía. Que no lo veamos como una pérdida de tiempo, sino como una oportunidad para devolverles un poco de todo lo que ellos nos han dado.

Ojalá los sistemas públicos también tomen conciencia y habiliten, aunque sea un día a la semana, para atenderles presencialmente, con calma y respeto. Porque el progreso no debería dejar fuera a quienes un día fueron los que más nos enseñaron.

En memoria de mis abuelos que ya no están.

Un abrazo,

Cris.

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