¿Estamos fomentando la baja tolerancia a la frustración?
Hace unas semanas tuve el placer de asistir a una charla de Pedro García Aguado, más conocido como "El Hermano Mayor" de la televisión. Si no has visto su programa, te lo recomiendo; no te dejará indiferente. Se emitió en el canal Cuatro entre 2008 y 2017. Por aquel entonces, yo tenía unos treinta y pocos y aún no era mamá, pero me gustaba mucho verlo porque abordaba casos muy complicados de jóvenes con graves problemas de conducta, adicciones, etc.
La charla, que tuvo lugar en Marbella, estaba dirigida a familias y adolescentes, y me pareció muy interesante el enfoque que ofreció.
Pedro García Aguado buscaba acercar a las familias y a sus hijos e hijas, fomentando que se comprendieran mejor mutuamente. Su mensaje se centraba en la importancia de la comunicación, un aspecto tan ausente hoy en día. Uno de los temas que abordó, y con el que no podría estar más de acuerdo, fue la baja tolerancia a la frustración que vemos en muchos jóvenes y menores. Parece que nadie se explica por qué los casos de depresión, ansiedad y suicidio continúan aumentando. Sin embargo, lo cierto es que nuestros jóvenes no están enfrentando la decepción, la espera o la frustración de la misma manera en que lo hicieron generaciones anteriores. Esto está teniendo un impacto significativo en su desarrollo y por supuesto en su salud mental.
En la actualidad, la espera casi no existe: todo es inmediato, instantáneo. Si algo parece que puede salir mal, ponemos todo nuestro empeño en cambiarlo para que nuestros pequeños no sufran o no pasen un mal rato. El problema grave que veo es que, al hacer esto —y lo digo desde la experiencia, porque yo misma lo hago en ocasiones—, aunque lo hagamos con la mejor de las intenciones, les estamos privando de experiencias fundamentales. Lo hacemos porque no queremos verles sufrir, porque nos duele profundamente ver a nuestros hijos e hijas pasarlo mal y creemos que evitándoles el sufrimiento les estamos ayudando.
Sin embargo, todo esto tiene un precio. Si no sabemos lo que es la tristeza, no podremos valorar los momentos de felicidad. Si no aprendemos a esperar para conseguir algo que deseamos, no llegaremos a valorar el esfuerzo de esa espera; y, por tanto, tampoco apreciaremos realmente aquello que hemos conseguido. En otras palabras, estamos quitándoles la capacidad de valorar las cosas y, al mismo tiempo, de gestionar la frustración cuando algo no sale como esperaban.
La vida está llena de imprevistos. Muchas veces, las cosas no salen como queremos o planeamos. Recuerdo cuando tenía 18 años y tras cursar un año en filología inglesa decidí que no era lo mío y tomé la decisión de cambiar de carrera. Fui a organizar mis papeles para conseguir una plaza en Magisterio de Infantil y cuando consulté las listas de admitidos yo aparecía en la lista de Magisterio de Inglés como Lengua Extranjera, en aquel entonces yo prefería infantil y fui a preguntar por qué no había entrado, me explicaron que debía esperar a septiembre, ya que solía haber plaza y que no me preocupara, y eso hice, pasé todo el verano sin pensar en ello.
Mi sorpresa llegó en septiembre, cuando descubrí que mi nombre no aparecía en ninguna lista. Comencé a ponerme nerviosa; sentía mi corazón latiendo muy rápido en el pecho. Consulté la lista varias veces, convencida de que debía tratarse de un error, pero efectivamente, mi nombre no estaba.
Muy nerviosa, me dirigí al mostrador de información. La mujer que me atendió me preguntó si en junio había entregado el papel de reserva de plaza. No tenía idea de lo que me estaba hablando; nadie me había dicho que debía presentar ningún papel. Finalmente, me quedé fuera, sin plaza ni en inglés ni en infantil.
Os podéis imaginar todas las emociones que sentí de golpe: culpa, vergüenza, miedo, incredulidad, rabia...
No tenía ni idea de qué iba a hacer, y lo peor de todo era pensar en cómo iba a explicárselo a mis padres. Por supuesto, al hablarlo con ellos me ayudaron a buscar soluciones, y finalmente conseguí una plaza en otra universidad, aunque en otra provincia. Sin embargo, ese momento de frustración me sirvió de aprendizaje: desde entonces, me aseguro de revisar bien todos los documentos que debo presentar cuando realizo cualquier trámite.
Con esto quiero decir que este tipo de situaciones que nos ocurren en la vida son las que marcan un antes y un después en nuestra forma de afrontar los errores y las adversidades.
Como decía Pedro García Aguado, la sociedad actual y el estilo de vida que llevamos están generando un gran cambio en nuestros jóvenes, quienes, en muchos casos, no saben enfrentarse a la adversidad.
Un ejemplo muy claro que he visto recientemente fue con la cabalgata de Reyes Magos.
Este año, ante la previsión de lluvias, se contempló la posibilidad de cancelar la cabalgata. Sin embargo, en lugar de hacerlo, muchos ayuntamientos decidieron cambiarla de día para asegurarse de que los niños y niñas pudieran disfrutar de este evento tan especial.
El hecho de que se cambiara de día es muy significativo para mí, porque ya no se trata solo de lo que ocurre en casa o en el colegio, sino que, en general, como sociedad, estamos evitando que nuestros niños y niñas experimenten la frustración.
Esto me hace reflexionar sobre la importancia de concienciar a las familias al respecto. Nos guste o no, los niños deben frustrarse; de lo contrario, no aprenderán a gestionar ese sentimiento. Si llegan a la adolescencia o la adultez sin haberlo experimentado antes, no contarán con las herramientas necesarias para afrontarlo, y esto puede derivar en trastornos de ansiedad, depresión y otros problemas emocionales.
Desde este pequeño rincón en el que comparto mis reflexiones, quiero hacer precisamente eso: concienciar sobre la importancia de acompañar a nuestros hijos e hijas en lugar de resolver sus problemas.
Estar presentes y apoyarles ante las dificultades es, sin duda, la mejor manera de ayudarles y prepararles para el futuro, un futuro que, como bien sabemos, siempre traerá momentos difíciles y situaciones adversas.
Me gustaría agradecer a Pedro García Aguado sus palabras, porque me han inspirado a escribir este post y a seguir trabajando por el bienestar emocional de nuestros hijos e hijas, así como de sus familias.
Un abrazo familias,
Cris
PD. Si te ha gustado este post puedes leer otro que escribí hace tiempo en mi blog " Aprender a decir no".
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