Cuando el día de la madre no sale como esperabas.
Hoy ha sido el Día de la Madre. Como cada año, lo hemos celebrado en familia: mis padres, mi hermano, mi cuñada, mi sobrino, mis hijos, mi pareja y yo. Teníamos muchas ganas de juntarnos, de compartir ese ratito especial. Todo comenzó bien.
Poco a poco, empecé a notar que no podía disfrutar del todo. Mis hijos estaban teniendo una actitud que no me gustaba nada: gestos feos, malas contestaciones, caras largas, comentarios fuera de lugar, salidas de tono...
No entendía por qué se estaban comportando de esa manera.
Me pregunté: ¿Qué está pasando? ¿Lo estoy haciendo fatal como madre? Intento acompañar a otras madres, darles herramientas, y sin embargo… ¿ cómo voy a hacerlo si ni siquiera soy capaz de criar bien a mis propios hijos? Me sentí una impostora. Un fracaso. En ese instante, me invadieron el enfado, la impotencia, la frustración.
Aun así, aguanté. Me tragué las lágrimas, guardé la compostura delante de mi familia. No quería estallar, no quería perder el control.
Al terminar la comida, nos fuimos. Y en el coche, como tantas otras veces, llegó el momento de hablar. Mis hijos ya lo esperaban: la charla después del desastre. Porque yo no suelo intervenir en caliente. Sé que no sirve. Prefiero hacerlo después, desde la calma.
Les expliqué cómo me había sentido. La ilusión que tenía por compartir ese día con ellos, lo mucho que me dolió ver su actitud, cómo confiaba en que, después de varias llamadas de atención, fueran capaces de corregir su comportamiento.
Entonces, mi hijo me soltó una de esas frases que te remueven por dentro:
“Mamá, ¿por qué te importa tanto lo que piense la gente? Tú siempre dices que no hay que preocuparse por lo que los demás piensen.”
Y ahí me di cuenta de que algo no había quedado claro.
Claro que no debemos vivir pendientes de la opinión de los demás. Pero eso no significa que podamos comportarnos sin límites. En sociedad hay normas. Y saber estar, comportarse con respeto, guardar la compostura, saber cuándo hablar y cuándo no… forma parte de convivir.
Ese comentario me hizo darme cuenta de algo más profundo: en casa he sido demasiado flexible con ciertas actitudes. Y ahora, lo que veo fuera es el reflejo de lo que he permitido dentro.
Así que he tomado una decisión: a partir de ahora, esas normas de convivencia se van a practicar también en casa. Porque si no las interiorizan en su entorno más seguro, ¿ cómo van a aplicarlas fuera, cuando yo no esté?
La maternidad es un aprendizaje constante. Hoy me siento orgullosa de no haber perdido los papeles, pero me duele no haber podido disfrutar del todo de una comida tan especial.
Como digo siempre a otras mamás, hoy me toca aplicármelo a mi misma, lo estoy haciendo lo mejor que puedo y con eso basta. Voy a sacar de mi mente esos pensamientos de fracaso, del síndrome de la impostora y voy a pensar en lo mucho que me esfuerzo cada día en hacerlo lo mejor posible.
Esta situación no ha hecho más que abrirme los ojos ante algo en lo que tenemos que trabajar. Decido no tomármelo como algo personal, ellos no lo han hecho para hacerme daño, son niños y están aprendiendo.
Mañana, desde la calma, volveré a hablar con ellos. Les explicaré con claridad cuáles son las normas, lo que espero de su comportamiento cuando salimos, cuando compartimos espacios con otras personas.
Esa es mi labor como madre; enseñar. Enseñar que cada acción tiene una consecuencia. Que para mejorar, hay que practicar. Y que equivocarse está bien, siempre que estemos dispuestos a aprender.
Porque yo no estoy aquí para hacerlo todo perfecto. Estoy aquí para acompañarlos a crecer.
Y también para seguir creciendo con ellos.
¿Y tú?¿sientes que fracasas a veces como madre? te leo.
Un abrazo,
Cris
Esa misma sensación me invade muchas veces. A veces cuando estoy con mis hijos y otras personas fuera de su entorno cercano estoy en tensión por cómo puedan comportarse y en qué lugar me deja eso a mí.
ResponderEliminarSer madre a veces se siente como un juicio constante.